Gryla

El aspecto de Grýla es tan aterrador como sus acciones en las leyendas islandesas. Aunque las descripciones pueden variar según las regiones y versiones de la historia, hay ciertos rasgos comunes que la pintan como una criatura grotesca y formidable.

Grýla es descrita como una gigante. Se dice que su altura es imponente, tan grande que puede ser vista desde las aldeas mientras baja de las montañas en invierno.

Tiene una cara arrugada, con una piel grisácea o verdosa, cubierta de verrugas y cicatrices. Una nariz larga y torcida, casi como la de una bruja. Su cabello es largo, enredado y sucio, a menudo descrito como una maraña de hilos oscuros. Su boca es grande y llena de dientes afilados, perfectos para devorar a los niños desobedientes. Tiene manos enormes con dedos largos terminados en garras afiladas, ideales para atrapar a los mequetrefes. A menudo lleva un saco o cesto enorme donde mete a los niños que captura para llevárselos a su cueva.

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Cabe destacar que Grýla no está sola en su aterradora labor, pues tiene a los Yule Lads. Los Yule Lads son los hijos de Grýla y su esposo Leppalúði. 13 figuras traviesas que visitan los hogares islandeses durante las 13 noches previas a la Navidad.

Cada noche, un Yule Lad diferente baja de las montañas y lleva a cabo travesuras específicas. Aunque originalmente eran vistos como figuras aterradoras, con el tiempo han sido reinterpretados como personajes más juguetones y amables, similares a los elfos de Navidad. Cada uno tiene un nombre que describe su comportamiento travieso o sus hábitos.

Por ejemplo: Stekkjarstaur ("Pastor de ovejas"): intenta robar leche de las ovejas. Giljagaur ("Cañón-escurridizo"): se esconde en los cañones para robar leche. Hurðaskellir ("Portazos"): le encanta asustar a la gente cerrando puertas de golpe. Ketkrókur ("Gancho para carne"): roba carne con un gancho largo.

Estos dejan pequeños regalos o patatas podridas en los zapatos de los niños que los dejan junto a la ventana, dependiendo de si se han portado bien o mal.

En una pequeña aldea en Islandia, los inviernos eran largos y oscuros. La gente trabajaba duro para preparar comida, ropa y leña suficiente para sobrevivir las gélidas noches. Sin embargo, un grupo de niños del pueblo era conocido por ser particularmente desobediente. Ignoraban las advertencias de sus padres, desperdiciaban comida y desordenaban las casas en lugar de ayudar con las tareas.

Una anciana del pueblo, conocida por sus historias, les advirtió una noche: —Si no os portáis bien, Grýla bajará de las montañas y os llevará en su saco. — ¿Quién es esa mujer? dijo un joven — A lo que la anciana respondió: Es una ogresa que se deleita con el guiso de niños desobedientes. Los niños rieron, creyendo que eran solo cuentos para asustarlos.

Pero esa noche, el viento sopló con más fuerza de lo habitual, y la luna llena iluminó las montañas nevadas. Entre las sombras, una figura gigantesca descendía, acompañada de un gruñido que retumbaba en la noche. Era Grýla.

Los adultos de la aldea se encerraron en sus casas, asegurándose de que sus hijos estuvieran a salvo. Pero los niños desobedientes, creyéndose valientes, decidieron jugar afuera, burlándose de las historias. Uno de ellos, llamado Sigur, desafió a sus amigos y dijo: —No hay ogresas ni monstruos. Es solo el viento y la nieve.

En ese momento, se escuchó un crujido, como si la tierra misma se abriera. Grýla apareció entre las sombras, alta como un árbol, con su cabello enredado y sus ojos brillando como brasas. Su voz retumbó: —He venido por los niños que no escuchan a sus padres. ¿Quién de vosotros es el más travieso?

Los niños gritaron y corrieron en todas direcciones, pero Grýla era rápida a pesar de su tamaño. Con sus largas garras, atrapó a Sigur y lo metió en su saco, riéndose mientras regresaba a las montañas.

El resto de los niños volvieron a casa llorando, prometiendo a sus padres que nunca más desobedecerían. En cuanto a Sigur, algunas versiones de la historia dicen que logró escapar del saco de Grýla arrojando trozos de pan seco que llevaba en los bolsillos, distrayéndola mientras corría montaña abajo. Pero otras versiones más sombrías afirman que Grýla lo cocinó en su caldero y lo convirtió en su festín.

Desde entonces, los niños de la aldea aprendieron a obedecer y a trabajar duro, especialmente durante el invierno, por miedo a que Grýla volviera. Y aunque nadie volvió a verla, el eco de su risa aún se escucha en las noches más frías.