Buscando solución, Radomir decidió emprender un viaje al gran templo de Arkona, donde se decía que Svetovid,
el dios de cuatro cabezas, podía conceder tanto la victoria en la batalla como la abundancia en la tierra.
Tras días de viaje, Radomir llegó al sagrado santuario.
Ahí, al pie de la gigantesca estatua de Svetovid, observó las cuatro miradas penetrantes del dios,
que abarcaban el norte, sur, este y oeste. Era como si Svetovid lo viera todo, desde las estaciones
del año hasta el destino de los hombres.
Radomir ofreció un sacrificio: la espada que había usado para proteger su aldea en muchas batallas.
Los sacerdotes aceptaron la ofrenda y, tras un largo ritual, llevaron a Radomir ante el cuerno de Svetovid,
el cual siempre estaba lleno de bebida sagrada. El guerrero fue instruido a beber de él y luego a cerrar los ojos,
esperando la visión que el dios le concedería.
Al hacerlo, una voz profunda resonó en su mente, la voz de Svetovid:
Guerrero de corazón fiero, tus manos han traído victoria, pero la tierra necesita más que fuerza.
Para salvar a tu pueblo, deberás enfrentar un enemigo oculto en las sombras, uno que no empuña espada,
pero que con su engaño trae hambre y muerte.
Radomir vio en su mente la visión de un ser oscuro, una criatura que se escondía bajo la tierra y corrompía las raíces de las plantas.
Esa criatura, conocida como Zmok, había traído el fracaso de las cosechas al robar los nutrientes del suelo.
Encuentra al Zmok —continuó diciendo Svetovid— y libera a tu tierra de su maldad.
No lo enfrentarás solo, pues yo te guiaré en las sombras de la batalla.
Con renovada esperanza, Radomir partió en busca del Zmok.
Pasaron días hasta que encontró una cueva profunda, donde las raíces de los árboles se retorcían y morían.
Ahí, en las profundidades, habitaba la criatura.
Con la bendición de Svetovid, Radomir luchó contra el Zmok, no con fuerza bruta, sino usando el conocimiento que el dios le había concedido.
Con astucia, Radomir engañó al Zmok para que bebiera de un cuerno sagrado que había traído del templo. La criatura,
al hacerlo, fue quemada por el poder divino de Svetovid, y las tierras fueron liberadas de su maldición.
Cuando Radomir regresó a su aldea, las cosechas florecieron una vez más, y el guerrero fue alabado no solo como un héroe de la guerra,
sino como un salvador de su gente. Desde entonces, el pueblo erigió un pequeño santuario en honor a Svetovid, no solo como dios de la guerra,
sino también como protector de la fertilidad y la vida.
Esta historia refleja los diferentes aspectos de Svetovid, demostrando su afinidad a la guerra,
pero también a la protección de la vida, ayudando a los mortales en tiempos de necesidad y orientándolos a través de la sabiduría divina.